Cuando abrí los ojos, después de una intensa noche, me pareció mentira. Estaba en mi casa, con mi marido y mi niña. Y como no, mi perrito Rufo a los pies de la cama.
Elena no se despertó en toda la noche. Pero yo estuve vigilándola y contemplando su lindo sueño, hasta que el cansancio pudo conmigo. Se sentía cómoda en su nueva habitación, abrazada a su camisetita de lunares verdes.
Al rato de levantarme, mientras preparaba el desayuno. Se oyó una vocecita diciendo: ¡mamááá!
Rápidamente me acerqué a su habitación, y allí estaba, de pie en su cuna. Pidiéndome que la sacará, con sus brazos estirados.
Le dí un beso enorme de buenos días y un achuchón. Agarré su pie de goteo, donde estaban conectadas las máquinas, y saqué a Elena de la cuna. Nos dirigimos hacia la cocina, donde su padre nos dio un gran abrazo. Empezaba un sábado diferente, un fantástico día, un momento para recordar. Los tres estábamos desayunando juntos, en pijama, sin prisas. Por fin eramos dueños de nuestra hija.
Ese fin de semana fue muy intenso. Mucha de nuestra familia, que aún no conocía a nuestra hija, nos visitaron. Tíos, primos, amigos... era normal, todos querían estar con nosotros. Y conocer a Elena. La verdad es que ella no se sintió agobiada, al contrario estaba muy feliz. De ver el gran recibimiento que tenía. Le trajeron un montón de regalitos y muchos besos de cariño por parte de todos.
Y llegó el lunes día 26 de Julio. Teníamos que empezar una rutina. Después del desayuno, un bañito, desconectar la máquina y ponernos guapos. Visitamos al Dr. Rossell en Son Dureta. Esta primera vez nos llevó Juanjo, pero como yo no tenía carnet de conducir, la abuela de Elena(María), mi madre, sería nuestro chófer todos los viernes para ir nuestra revisión.
El Dr. Rossell, ya conocía el caso de Elena. Él estaba informado por nuestra nutricionista, la Dra. Lama. La cual le había puesto al corriente de las operaciones, tratamientos... que llevaba nuestra hija.
Él conoció a Elena cuando era bebe. Durante su ingreso en la U.C.I. antes de marcharnos a Madrid.
Cuando llegamos a la consulta. El Dr. se alegró de ver a Elena tan bien. Sabiendo las complicaciones y operaciones que había tenido. Yo creo que no se esperaba encontrarla en estas circunstancias. Nos comento que le visitaríamos todos los viernes para controlar el peso de Elena y que cada quince días harían una analítica. En caso de tener fiebre o cualquier otro síntoma, tendríamos que ir a urgencias y preguntar por él. Y referente a su alimentación, me comentó que yo fuese probando diferentes alimentos restringentes, zanahoria, arroz, pollo... para ver qué tal los toleraba.
En la consulta estaba Sor Catalina, una monjita muy amable la cual sería durante un tiempo nuestra enfermera.
Al salir de la consulta, llamamos al Hospital La Paz, para hablar con las enfermeras. Y contarles como habíamos pasado nuestro primer fin de semana en casa. Me emocioné mucho contándoles lo felices que eramos y lo mucho que las echaba de menos.
Después de la visita al Dr. teníamos libre hasta las ocho de la tarde, hora en la que había que conectar a Elena a su nutrición parenteral. Mi cuñada sería la encargada de ir a recoger, al hospital, tres veces a la semana dicha nutrición.
Decidimos ir a visitar a una prima de Juanjo , Paqui, que hacía tan solo quince días que había tenido a su bebé, Fran. Por fin, conoceríamos a nuestro primo segundo. Y a Irene, otra prima segunda. Ella era tan solo tres meses más mayor que Elena, pero había mucha diferencia en altura y peso.
Pasamos una tarde en muy buena compañía y recordando buenos momentos. Las niñas, se divirtieron. Irene quería coger a Elena todo el rato, porque la veía como un bebé.
A las siete, era nuestra hora de recogida. Estuviésemos donde estuviésemos teníamos que regresar a casa. A conectar a Elena a su máquina. Y lo hicimos así, nos despedimos y tomamos rumbo con destino a nuestro hogar.
Las conexiones y desconexiones ya estaban controladas. El miedo se quedaba fuera de aquella habitación, no podía entrar. La calma era nuestra amiga y la única que nos ayudaba. Con concentración y serenidad todo se conseguía mejor.
Sin darnos cuenta ya habían pasado tres días, de estar en casa. Los días parecían que se convertían en horas, las horas en minutos y los minutos en segundos. Que diferencia hay de estar en el hospital o vivir en Madrid a estar en tu entorno, en casa, con tu familia, tus amigos... aquí teníamos a quien visitar, con quien comer, con quien disfrutar... Pero a pesar de todo esto echaba de menos el otro ambiente, mis enfermeras, mis amigas. Había sido mucho tiempo viviendo de aquella manera y no era tan fácil olvidar. Pero había que adaptarse a un nuevo entorno, unas nuevas responsabilidades y unos nuevos retos. Sin olvidar el pasado, sabiendo que teníamos que regresar en cualquier momento.
Pero mientras, Elena tenía que conocer tantas cosas de Mallorca que nos iba a faltar tiempo.
Al día siguiente, vino su abuela María a recogernos a casa. Elena ya estaba lista para las sorpresas que le tenía preparadas. Primero a comer en casa de los abuelos donde ese día conoció a Jacky, el perrito de ellos.
Más tarde, cuando el sol no era tan intenso. Le quite a Elena el vestidito de marinero que llevaba y le puse un bañador. Ella no se imaginaba donde la llevaría... A ver nuestro mar Mediterráneo, el que rodea las costas de Mallorca. Pero teníamos un pequeño problema, su vía central no se podía mojar. Se me ocurrió una solución, envolver de plástico transparente el pecho de Elena, como si se tratase de un bocadillo. ¡Sí, el que se emplea habitualmente para envolver los alimentos! Pobrecita mi niña, iba toda envuelta, pero era la única manera de proteger su hickman del agua del mar y de la arena.
Los abuelos viven enfrente de la playa, a tan solo 200 m. Cuando estuvimos listos nos acercamos paseando hasta la playa. Elena estaba asombrada, de ver tanta agua. Al principio, le dio miedo ver el mar abierto. Cuando fui a sentarla en la arena, sus piernas se encogían para no tocarla con los pies. Era algo desagradable para ella. Pero poco a poco, sin prisa conseguí que mi niña se sentará en la arena y que las olas del mar rozasen sus piernas. ¡Qué emoción! estaba logrando que le gustase. Al rato, ella sola toco la arena con sus manos. Yo me reía porque en su carita se reflejaba grima y alegría. Pasados unos minutos esa cara solo reflejaba felicidad. Y a la hora de marcharnos no quería, y nos decía: ¡más, más!
Pero la hora de partir llegaba, antes de las ocho teníamos que estar en casa. Nos esperaba un bañito y la conexión a la nutrición parenteral.
Así lo hicimos, al llegar a casa entramos en nuestra habitación prohibida y esta vez la abuela fue nuestra ayudante.
Al salir, allí estaba Rufo sentado delante de la puerta. Nos estaba esperando para recibir unos mimitos. Él y Elena se hicieron buenos amigos. Aunque ella a veces le estiraba de las orejas y él salía corriendo.
Había sido un día diferente para Elena, con un montón de sorpresas. Y sensaciones nuevas. Ya teníamos un reto conseguido, le gustaba el mar, la arena, la brisa, el sentir las olas en sus pies...
¡Hasta la próxima semana!
Tan pequeña y dandose cuenta de todo..ella sabia que esa era de verdad su casa..y su perrito...y su nueva vida. Que decir lo que siempre te digo..que me encanta vuestra historia tan dura y tan bonita a la vez, Inma.
ResponderEliminarGracias, Inma. Es verdad fue muy dura pero ahora la recuerdo bonita. Aunque cada semana mientras escribo no puedo evitar emocionarme hasta el punto de llorar. Hasta el miércoles. Un bs
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